... ¿no resulta sospechoso quien piensa siempre lo mismo? Las ideas propias, que, como es natural, son menos propias de lo que creemos y más bien se imbrican en un tejido social del que son inseparables, son una inercia. Y es comprensible que romperla exija de un cierto entrenamiento, una práctica de la que la manía de la coherencia –en su peor sentido– constituye un enemigo principalísimo. Lo mismo puede decirse, para el caso del pensador público, de la popularidad: como en los partidos políticos, la coherencia es un valor muy apreciado en el mercado de las ideas. Pero corre el riesgo de constreñir la libertad de quien piensa, impidiendo la evolución de su pensamiento. Y si un pensamiento no evoluciona, ¿sigue siendo pensamiento?
Manuel Arias Maldonado,
Para pensar de otra manera, Revista de Libros 21/06/2017
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