Ambas culturas interpelan a unas mismas bases sociales heterogéneas entre sí, definibles como de clase media urbana (funcionarios y profesionales asalariados), de clase obrera (trabajadores de cuello azul) y de clase popular (empleados de servicios temporales y precarios). Pero mientras la tradición socialdemócrata trata de articularlas, estructurarlas y cohesionarlas apelando a sus intereses comunes, el populismo en cambio intenta hacerlo apelando a sus aversiones comunes, tal y como teorizó
Laclau. Esto hace que la identidad populista se caracterice por su negatividad, pues necesita fabricar un
enemigo del pueblo del que depende su propuesta de sujeto político. Mientras que la identidad socialdemócrata propone como objetivo positivo la creación política de oportunidades viables de ascenso social.
Enrique Gil Calvo, Las dos culturas de la izquierda, El País 21/06/2017
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