Una teoría conspirativa es una explicación que hace referencias a fuerzas ocultas. Sirven para responder preguntas sin ofrecer argumentos, sin pruebas, sin nada. Un atentado, una epidemia y una injusticia pueden explicarse si uno asume que detrás hay siempre voluntad y culpables. La pobreza existe porque alguien quiere. El cáncer no tiene cura porque no conviene. El cambio climático o es un problema, es un invento para dañar a los Estados Unidos. (...)
La tentación conspirativa la sufrimos hasta con objetos inanimados. El coche se estropea "justo hoy", pensamos. "Todo me pasa a mí", sentimos. Como si el universo estuviese contra nosotros. Solo pensamos en la suerte cuando nuestra moneda cae del lado desafortunado. Nadie da las gracias por vivir en el mejor de los tiempos, ni por nacer en un país o una familia privilegiada. Todo eso lo pasamos por alto (o peor: lo confundimos con el mérito).
Nadie está a salvo de creer en conspiraciones. Hay algunas enormemente populares. Un 16% de los estadounidenses cree que el 11s fue orquestado por su Gobierno, y un 7% de la población mundial culpa a Israel. Un tercio de los americanos cree que Obama nació en Kenia, y el 31% cree que las vacunas causan autismo pero se oculta. En Europa, hay un 22% de ciudadanos que creen que los muertos del Holocausto se han exagerado. Hay teorías conspirativas para todos: no importan tu edad ni tu ideología. (...)
Mucha gente cree en cosas locas. Un 20% de las personas sobre la Tierra cree que los
aliens viven entre los hombres disfrazados. Lo creen especialmente los hombres, los jóvenes y los universitarios.
Kiko Llaneras,
Por qué creemos en conspiraciones, jot down-smart septiembre 2017, número 24