"Lo que llamamos poder es insignificante, la seducción es el auténtico poder". Esto afirma Emilia Galotti antes de intentar suicidarse; uno puede enfrentarse al poder, nos dice, resistirse a él, pero no a la seducción. Y después pide a su padre que le dé muerte para no rendirse al asedio amoroso del príncipe. Así, aunque destruyéndose, mantiene su autonomía, su poder. Solo mediante la muerte puede triunfar sobre la seducción. ¿Es verdad eso? ¿Es la seducción el auténtico poder?
Baudrillard seguramente estaría de acuerdo, pues para él "la seducción representa el dominio del universo simbólico, mientras que el poder representa solo el dominio del universo real". Atención a este "solo". probablemente es cierto que no existe poder alguno sin un universo simbólico que lo sustente. La violencia puede generar el sometimiento del otro, pero para mantenerse en el tiempo necesita un relato. De lo contrario, la violencia tendría que ser permanente y total, exigencia imposible de cumplir. El nazismo o el estalinismo podía contar con mantenerse en el poder solo en tanto una parte de la población aceptase su relato -esto es, compartiese su universo simbólico-. Seducir sería entonces, entre otras cosas, la forma mejor de obtener y conservar el poder sobre los demás, sin revelar que hay una agenda oculta. El seductor, en la política y en el sexo, elabora un discurso en el que lo deseado está siempre implícito.
José Ovejero,
El poder de la seducción. Y viceversa, jot down smart (El País) octubre 2017, nº 25