Nuestros rasgos derivados y específicos son los que hemos adquirido recientemente, y los que nos han caracterizado como grupo evolutivo. En cambio, los rasgos que compartimos con los otros grupos son «primitivos», es decir, vienen de un pasado mucho más remoto, y tienen raíces mucho más largas. Por esta razón, son rasgos que implican procesos más profundos y generales, quizá más escondidos en los recovecos de nuestra biología y de nuestro comportamiento. Por ende, suelen ser rasgos mucho más estables, más difíciles de cambiar o de alterar. A nivel cognitivo y de comportamiento, los caracteres más primitivos son aquellos que sufren los vínculos de los instintos, de las pasiones, de las emociones, rasgos que el ilustrado
Homo sapiens comparte con macacos y babuinos, o incluso con los jabalíes. Y resulta curioso que, si uno se pone a rebuscar entre nuestros comportamientos, entre las capacidades y las debilidades de nuestra mente, descubre que muchos rasgos primitivos atañen frecuentemente al contexto social. Somos más humanos cuando estamos solos, y más macacos cuando estamos en grupo. De hecho, los individuos suelen ser a menudo impredecibles, mientras que los grupos suelen actuar según patrones bastante repetidos y conocidos. De ahí viene, pues, la importancia crucial de la pregunta sobre lo que nos hace simios. Religiones, política, marketing, todos están interesados en esta información, fundamental para manipular la multitud y orientar la manada aprovechándose de aquellos mecanismos atávicos que se esconden encriptados en los programas íntimos de nuestra evolución.
Emiliano Bruner,
Balada para una horda, jot down 10/10/2017
[www.jotdown.es]