... "... los sentimientos sólo pueden ser respetados, no discutidos”. Que se me permita discrepar frontalmente de tesis tan rotunda. Si no deben cuestionarse las emociones nacionales de nadie, todas serán admisibles y hasta las más alejadas entre sí gozarán de un valor equivalente. No ha lugar a dilucidar lo apropiado o inapropiado de esas emociones, que nos enfrentan sin remedio. Al final impondrán las suyas quienes den rienda suelta a las más acendradas, o sea, los más fanáticos o los más brutos. Y la cobardía, la pereza o la incapacidad crítica muchos quedarán ocultas tras la digna máscara del respeto.
... las emociones son asimismo causas o motores de la acción privada y pública. Los sentimientos engendran convicciones y deseos que, a su vez, son órdenes de acción. ¿Cómo no habremos de poder (y de deber) enjuiciar la consistencia de tales intenciones individuales o colectivas, las medidas públicas que de ahí se derivan y los derechos que se consagran? Parece claro que el valor de tales emociones deberá medirse entonces por el grado de justicia de la causa política que impulsan, por la singularidad del momento y circunstancia a los que se apliquen.
No es verdad, pues, que cualesquiera sentimientos sean legítimos y dignos de respeto, un absurdo paralelo a la majadería de que todas las opiniones son respetables. Descorazona tener que repetirlo una vez más. Respetable será siempre el sujeto, pero no siempre su sentimiento; mejor dicho, con frecuencia ese sujeto será respetable a pesar de su particular sentimiento. Pues se admitirá que no valen lo mismo el amor que el odio, la admiración que la envidia, la benevolencia que la sed de venganza. Ni es cierto tampoco que la razón práctica deba abstenerse de cuestionar la calidad de los afectos en liza y, llegado el caso, de procurar transformarlos o erradicarlos. ¿Acaso unos sentimientos no conducen a cierta acción política y otros a la contraria? No es menos falso que la razón nada pueda contra ellos, como si no hubiera conexión entre lo que pensamos y lo que sentimos, así como entre lo que sentimos y lo que decidimos hacer. ¿O es que el cambio de convicciones dejará intactas nuestras emociones? En suma, somos responsables de nuestros sentimientos porque somos responsables de cultivar o rechazar las ideas que alientan esos sentimientos y sus consecuencias.
Aurelio Arteta,
Los sentimientos son cuestionables, EL País 19/10/2017
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