En general, las personas somos criaturas desordenadas, caóticas e ilógicas (en gran medida, por culpa de cómo funciona nuestro cerebro). (14)
El cerebro no deja de ser un órgano interno del cuerpo humano y, como tal, es una enmarañada madeja de hábitos, rasgos, procesos anticuados y sistemas ineficientes. En muchos sentidos, el cerebro es una víctima de su propio éxito, ha evolucionado a lo largo de millones de años hasta alcanzar el nivel de complejidad que exhibe actualmente, pero, como resultado, ha acumulado también un buen montón de basura y trastos viejos por el camino, que lastran su funcionamiento como ocurre con los restos de programas informáticos antiguos y descargas obsoletas esparcidos por un disco duro que no hace sino interrumpir los procesos básicos de un ordenador; o como esas malditas ventanas emergentes con publicidad de cosméticos de oferta (de sitios web ya desaparecidos desde hace tiempo) que nos demora innecesariamente a la hora de leer un correo electrónico. (15-16)
En definitiva, el cerebro es falible (...) Es impresionante, eso no se puede negar, pero dista de ser perfecto, y esas imperfecciones suyas influyen en todo lo que los seres humanos decimos, hacemos y experimentamos.
Así, pues, no hay que minimizar (ni, menos aún, ignorar) todas esas propiedades más absurdamente incoherente e irregulares de nuestro cerebro: son dignas de énfasis cuando no de elogio. (16)
Dean Burnett,
El cerebro idiota, Planeta, Barna 2016