El surgimiento del nacionalismo es, hoy un fenómeno mundial; constituye, tal vez, el elemento clave en los países recientemente fundados y, en algunos casos, entre las minorías de las naciones viejas. ¿Quién, en el siglo XIX, hubiera predicho el surgimiento de un agudo nacionalismo en Canadá, en Paquistán (la mera existencia de Paquistán hubiera provocado considerable escepticismo entre los líderes nacionalistas hindúes hace 100 años), en Galicia, Bretaña, Escocia o el país vasco? Podrá decirse que se trata de una reacción psicológica automática que acompaña la liberación de la hegemonía extranjera: una reacción natural, como en la teoría de la "vara doblada" de Schiller, contra la opresión o la humillación de una sociedad que posee características nacionales. En la mayoría de estos casos el deseo de independencia nacional está entremezclado con resistencia social a la explotación. Esta forma de nacionalismo es, quizá, tanto una forma de resistencia social o de clase, como una forma de autoaserción nacional; forma que hace posible que los hombres prefieran ser gobernados, o aun maltratados, por miembros de su propia fe, nación o clase, a la tutela, por más benévola que sea, de miembros de una tierra o clase extrañas.
También puede ser que ninguna minoría que haya preservado su propia tradición cultural o sus características religiosas o raciales pueda tolerar indefinidamente la perspectiva de seguir siendo, para siempre, una minoría gobernada por una mayoría poseedora de hábitos o conceptos diferentes. Puede ser que esto explique la reacción de humillación, el sentimiento de injusticia que anima, por ejemplo, al sionismo o a su contrapartida, el movimiento de los palestinos o a los movimientos de minorías "étnicas" como los negros en los Estados Unidos, los católicos irlandeses en Ulster, los nagas de la India, etc. Rara vez el nacionalismo contemporáneo aparece en su forma pura y romántica como se dio en Italia o Polonia o Hungría a principios del siglo xix; hoy está conectado mucho más estrechamente con demandas sociales, religiosas y económicas. Sin embargo, no se puede negar que el sentimiento central de estos movimientos es profundamente nacionalista. Lo que es más ominoso (y aún menos previsto el siglo pasado), el odio racial está en el centro de las expresiones más horrendas de violencia emocional colectiva: el genocidio o cuasi genocidio en India, en Sudán, en Nigeria y Burundi, indica que, a pesar de otros factores, en estas situaciones explosivas hay siempre im fondo nacionalista o racista que otros factores pueden exacerbar aunque no generar, y sin el cual no tendría lugar im crisis social y política de tal envergadura. El nacionalismo apasionado aparece así como la condición sine qua non de las revoluciones contemporáneas.
Cualquiera que sea la explicación de este fenómeno, que, a su manera, es tan amenazante como los otros peligros que se ciernen sobre la humanidad —la contaminación atmosférica, la sobrepoblación, o el holocausto nuclear—, su surgimiento es incompatible con las nociones decimonónicas de la relativamente escasa importancia de la raza o la nacionalidad o aun la cultura, en comparación con la clase social o la competencia económica; o bien, de factores psicológicos y antropológicos en comparación con factores económicos o sociológicos. Y, sin embargo, sobre la base de estos supuestos se predijo el surgimiento de una sociedad racional, ya estuviese fundada en los principios del individualismo liberal o de la centralización tecnocrática. Los estallidos imprevistos de movimientos, que, aunque diferentes, fueron todos nacionalistas en las sociedades comunistas de nuestro tiempo (desde la resistencia húngara de 1956 hasta el antisemitismo y el nacionalismo en Polonia y en la misma Unión Soviética) parecen por lo menos debilitar la tesis marxista ortodoxa. Estos estallidos no pueden ser descritos, como lo son a veces por los que se sienten comprometidos por ellos, como meras reliquias de ideologías pasadas. Ni Nagy en Hungría, ni Moczar en Polonia, a pesar de la vasta diferencia entre sus respectivos objetivos, fueron en sentido alguno nacionalistas burgueses.
Isaiah Berlin, Sobre el nacionalismo (54-55)