La protesta en contra de esta sociedad artificial toma a veces la forma de añoranza nostálgica de tiempos pasados, cuando los hombres eran virtuosos o felices o libres; o bien toma la forma de sueños en un futuro dorado, o de la restauración de la simplicidad, la espontaneidad, la humanidad natural, la economía rural autosuficiente en la que el hombre, libre ya de su dependencia de los caprichos de otros, pueda recobrar su salud moral y física. Supuestamente el resultado sería el reino de esos valores eternos que todos los hombres, salvo los más corruptos, pueden encontrar si simplemente miran hacia su interior; esto es lo que
Rousseau y Tolstoi creyeron, y muchos anarquistas pacíficos y sus seguidores modernos creen todavía. Algunos movimientos populistas del siglo XIX que idealizaron al campesino, al pobre o a la "verdadera" nación —muy diferente de sus jefes burocráticos— representan visiones de este tipo: el regreso al "pueblo" para escapar de un mundo de valores falsos, vidas "inauténticas", hombres-organización, o los seres destruidos o reprimidos de Ibsen o Chekhov, en una palabra, el escape de un mundo en el que la capacidad de amor, de amistad, de justicia y de trabajo creativo, de gozo, curiosidad, y búsqueda de la vida han sido frustrados. Algunos quieren mejorar la sociedad contemporánea a través de reformas. Otros piensan, como los anabaptistas del siglo XVI probablemente sintieron, que la corrupción ha ido demasiado lejos, que los perversos deben ser destruidos desde su raíz, en la esperanza de que una nueva sociedad pura surja milagrosamente.
Éstos son ejemplos extremos escogidos para ilustrar el problema en su aspecto más característico. El nacionalismo está conectado precisamente con este problema y este sentimiento de rebeldía. El nacionalismo es también una forma patológica de resistencia autoprotectiva.
Rousseau, la voz más poderosa de esta revuelta general, aconsejó a los polacos que resistieron la influencia rusa apegándose obstinadamente a sus instituciones nacionales, a sus vestimentas, a sus hábitos, y a sus modos de vida: no asimilarse y no conformarse era la consigna. Los ideales de la humanidad se encamarían, por lo pronto, en la resistencia. Hay algo de la misma actitud entre los pueblos hasta entonces oprimidos, o entre las minorías: esos grupos étnicos que se sienten humillados u oprimidos para los que el nacionalismo representa la recuperación de una libertad que tal vez nunca tuvieron (eso es una cuestión subjetiva), y una venganza para su humanidad insultada.
El fenómeno es menos frecuente en sociedades que han gozado de independencia política por largos periodos. El Occidente, en términos generales, ha satisfecho su necesidad de reconocimiento, su necesidad de ese
Anerknung que
Hegel analizó memorablemente: es la falta de ello lo que parece llevar a excesos nacionalistas. (...)
De hecho, el nacionalismo no milita en favor de las clases dominantes necesaria o exclusivamente. También anima la revuelta contra ellas ya que expresa el inflamado deseo de los insignificantes de contar de alguna manera entre las culturas del mundo. En un mundo amenazado por sus excesos, no hay necesidad de enfatizar el lado brutal y destructivo del nacionalismo moderno. Sin embargo, hay que reconocerlo tal cual es: una respuesta universalizada a las necesidades naturales y profundas de los recién liberados esclavos, "los descolonizados": fenómeno no previsto en la sociedad europea del siglo XIX. ¿Cómo es posible que el nacionalismo como posibilidad haya sido ignorado? No ofrezco respuesta para esta pregunta.
Isaiah Berlin,
Sobre el nacionalismo (60-61)