La Generalitat actual, hija de la de 1931, nada tiene que ver, excepto el nombre, con la de antes de 1714. No hay relación de continuidad entre la
Generalitat contemporánea y la Diputación del General del siglo XIV. Y aunque
Carles Puigdemont insista en ser considerado el mandatario número 130 de esta institución, la verdad es que nada le une a Berenguer de Cruïlles, excepto en la enfermiza imaginación nacionalista. El establecimiento de la Generalitat en 1931 no constituye una restauración. Fue el ministro Fernando de los Ríos quien sugirió bautizarla con este nombre histórico.
El supuesto antiguo ordenamiento jurídico específico catalán fundamenta, asimismo, los relatos del nacionalismo. Y en los últimos años algunos historiadores al servicio de esta ideología han insistido en ello y en un imaginario camino hacia la democracia ya en el siglo XVII. Un despropósito historiográfico. Tampoco los términos Cortes, Constituciones o libertades significaban lo mismo ayer que hoy. La continuidad semántica sustituye a la terminológica como fuente de legitimación.
Jordi Canal,
Las trampas semánticas del nacionalismo, Babelia. El País 06/11/2017
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