La infancia no es solamente una etapa de la vida que luego se “supera”. Sin duda es también eso, pero ante todo es una cierta experiencia (acaso la experiencia de quien no tiene experiencia alguna, de quien se enfrenta a todas las cosas “por primera vez”) que nunca desaparece del todo. Aunque sea como una referencia negativa, como eso que ya no podemos volver a ser, la infancia nos acompaña de por vida, entre otras cosas porque sin esa referencia constante no podríamos siquiera entender lo que significa ser adulto ni, desde luego, comunicarnos con los niños que nos rodean cuando nosotros ya no lo somos, esos seres misteriosos, llegados como de un planeta desconocido, que perturban el curso regular del mundo con su alegría enteramente inverosímil, inexplicable e inquietante, como un despropósito que, en su pequeño entorno, amenaza con poner patas arriba el orden de la naturaleza y el de la sociedad. La religión, las ideologías y la industria del consumo comercial, sucesivamente, han aprovechado y explotado la infancia para sus fines, pero no han conseguido penetrar en su secreto. Que a partir de ese estadio de dicha insobornable pueda uno “formar” adultos responsables es, si se mira con detenimiento, un milagro, y da una idea de la ingente tarea que supone la educación. Creo que todos sabemos, de forma no temática, en qué consiste ser niño, e incluso es a partir de esa experiencia como reconocemos, de adultos, lo que en nuestra vida roza la felicidad (y que nada tiene que ver, por cierto, con ese tipo de cumplimiento de objetivos que solemos llamar “éxito”). Pero otra cosa distinta es recordarse uno mismo como niño.
decía que la mayor parte de nuestros recuerdos infantiles son “recuerdos encubridores”, es decir, están falsificados. Porque cuando uno se recuerda en tal o cual situación de la niñez, uno se ve a sí mismo haciendo esto o lo otro, y eso prueba que el recuerdo ha sido manipulado, ya que en la experiencia no nos vemos a nosotros mismos. Pero también decía que no puede perderse el tiempo en intentar recobrar la “experiencia original”, porque no la hay. El yo es justamente el conjunto de esas manipulaciones de la memoria, y por tanto pretender acceder a una experiencia no manipulada es como pretender buscar el yo donde aún no lo había.
José Luis Pardo,
Infancia, El concepto de la semana 12/11/2017