Pero, sin aspirar a ser exhaustivo, aparte de la separación de hecho y juicios de valor, ¿de qué más trata
La ciencia como vocación? Uno, de las condiciones materiales en las que se hace ciencia, del crucial papel del azar en las carreras académicas, y de la amargura de los jóvenes científicos que no salen adelante. Dos, de las cualidades que el científico ha de aportar, la embriaguez (
Rausch), que le lleva a pensar que su destino depende de resolver un pasaje, las dotes y la inspiración. Tres, de la vocación de la ciencia dentro del conjunto de la vida humana. ¿Cuál es su valor? Según Tolstoi, ninguno, pues la ciencia no responde a las preguntas sobre qué hacer ni sobre cómo vivir. En el vocabulario de
La ciencia como vocación, mientras que “los viejos dioses salen de sus tumbas y aspiran al poder sobre nuestras vidas”, la ciencia no nos dice si debemos elegir entre la belleza, la fama, el saber, la riqueza, el pacifismo o la solidaridad.Para
Weber, lo más valioso que la ciencia aporta no es información sobre los medios necesarios para alcanzar un objetivo ni sobre las consecuencias inevitables asociadas a ese objetivo o a los medios que requiere. En realidad, lo distintivo de la ciencia es que nos ayuda a “rendir cuentas sobre el sentido último de nuestras propias acciones”. Dicho de otro modo, la ciencia nos muestra que “el sentido de tal o cual opinión sólo puede derivarse de modo consecuente de una posición básica conectada a una visión del mundo.” El no cumplir con el sencillo deber de honestidad intelectual nos impide hacernos responsables de nuestras acciones y relativizarlas; significa renuncia a la “
claridad”.
Álvaro Morcillo,
Honestidad intelectual en la ciencia y la política, Letras Libres 07/11/2017
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