Soy consciente de que no he demostrado que los seres humanos son verdaderamente libres, en el sentido de autodeterminados. Tan solo he demostrado que una máquina computacional o algorítmica no puede ser libre; por tanto,
si los humanos son libres,
entonces no pueden ser robots, máquinas algorítmicas. Es decir, la inteligencia libre (que no se ocupa sólo de resolver problemas, sino también de elegir los problemas que quiere resolver) no puede ser definida como un proceso algorítmico, y el comportamiento genuinamente libre no puede ser completamente emulado por robots (otra cosa es el comportamiento
típico de una gran masa de gente, que sí es susceptible de análisis estadístico, precisamente porque deja de considerarse la individualidad).El filósofo escocés
David Hume (1711-1776) escribió que “la razón es la esclava de las pasiones”, es decir, está al servicio de unos objetivos predeterminados que no puede cuestionar (entiéndase “pasión” en un sentido general, no solo relativo a lo placentero: pasión por la música, por las matemáticas, por la justicia…). Una concepción que, curiosamente, anticipa el concepto moderno de robot [6]. Si resulta difícil aceptar que un robot no puede ser libre –como imagino que les ocurrirá a algunos, o quizá muchos, lectores– quizás sea porque la concepción humeana de la naturaleza humana ha calado profundamente en nuestra mentalidad occidental. Si para nosotros, en el siglo XXI, es tentador considerarnos complicados robots biológicos, es solo porque previamente hemos aceptado el paradigma de la razón como esclava de las pasiones, una razón que no goza de la auténtica libertad que he expuesto aquí. Estamos tentados de creer que somos robots, porque primero hemos aceptado que la razón no escoge ni prioriza sus objetivos, sino que está al servicio de un objetivo último no racional, que en definitiva no es otro que la supervivencia de la especie.El antiguo fatalismo griego pretendía que el destino humano estaba controlado por los dioses del Olimpo. Esta tendencia resurge hoy día, atribuyendo el control a los genes: somos, en el fondo, esclavos de nuestra programación biológica. Contra esta tendencia fatalista se rebela la afirmación radical (y quijotesca) de la libertad humana, la afirmación de que lo característico de los seres humanos es que nos proponemos nuestros propios fines, decidimos lo que queremos ser. Considero que esta capacidad de autoproponerse los fines es lo más característico de la diferencia entre humanos y máquinas. Son precisamente los que no se atreven a afirmar radicalmente la libertad los que más fácilmente caerán en la tentación de considerar que los humanos no son en último término otra cosa que complicados robots biológicos.
Gonzalo Génova,
¿Puede ser libre una máquina computacional?, Naukas 10/01/2018
[naukas.com] NOTAS[6] Gonzalo Génova, Ignacio Quintanilla Navarro.
Are Human Beings Humean Robots? Journal of Experimental & Theoretical Artificial Intelligence 30(1):177–186, January 2018.