Si uno es filósofo tiene además, por oficio, una especial adicción a la contrariedad. Por deformación profesional podemos entender bien a qué extraño mecanismo mental se estaba refiriendo Unamuno cuando afirmaba: “No estoy siempre conforme conmigo mismo y suelo estarlo con los que no se conforman conmigo”. Pensar es una estrategia para ir más allá de lo pensado, por otros y por uno mismo, impugnar los prejuicios (sobre todo los propios), imaginar situaciones insólitas, suponer que algo podría ser de otra manera. Para eso necesitamos un interlocutor que nos contradiga y, si no lo tenemos, lo inventamos: la ciencia cultiva la controversia, la refutación y la crítica, el derecho ha establecido procesos contradictorios previos a la determinación de la verdad jurídica y a la democracia le debemos ese hallazgo político prodigioso de que a todo gobierno le corresponde una oposición. Son estrategias que nos salvan de la locura en la que caeríamos, individual y colectivamente, si no tuviéramos nadie alrededor sistemáticamente empeñado en quitarnos la razón.
Daniel Innerarity,
El gozo de la curiosidad, El País semanal 17/01/2018
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