El mundo aprecia el humor, pero lo trata con condescendencia. Condecora a sus artistas serios con laureles y a sus bromistas con coles de Bruselas. Siente que si algo es gracioso ha de ser menos que grandioso, porque si fuera realmente grandioso sería totalmente serio. Los escritores lo saben, y los que se toman su personalidad literaria muy en serio hacen esfuerzos denodados para no asociar su nombre a nada gracioso o frívolo o absurdo o “ligero”. Sospechan que su reputación se resentiría, y tienen razón. Muchos poetas contemporáneos firman con su verdadero nombre sus versos serios y con un seudónimo sus versos cómicos, pues desean que el público solo los sorprenda en momentos graves y reflexivos. Se trata de una sabia precaución. (A menudo, también se trata de un mal poeta).
E.B. White,
Ensayos: Algunas observaciones sobre el humor, fronterad 16/02/2018
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