La ordalía o juicio de Dios era un método de administrar justicia (es un decir) propio de la Europa medieval, según el cual era el acusado quien tenía que demostrar su inocencia ante una acusación. Brujas, herejes, negros, judíos y demás perseguidos, oprimidos y esclavizados padecieron esta forma de humillación y castigo hasta tiempos muy recientes. La mecánica era muy sencilla y el acusado no tenía que demostrar su inocencia mediante pruebas, coartadas, testimonios ni documentos: le bastaba con sobrevivir al tormento. Si después de unas sesiones de tortura, seguía entero, Dios había dictaminado que no era culpable. El tal Dios, por desgracia, no se prodigaba en absoluciones: el acusado era condenado en el momento mismo de la acusación, y los latigazos, el potro o la hoguera eran en realidad su pena.
Sergio del Molino,
Inquisición 2.0, El País 17/02/2018
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