El lenguaje es un campo de batalla y de experimentación. El lenguaje sirve para establecer campos y territorios, para diseñar y estancar, en manos del poder, nuevos abismos semánticos cuya finalidad es condenar actos o bien desinflar impulsos, tratando de disipar toda inquietud. Las paradojas de la realidad se expresan en paradojas lingüísticas, escribió
Marx en algún momento. Veámoslo.
Punto de partida o premisa: no existe democracia sin populismo. No son ambas palabras excluyentes, sino que están necesariamente hermanadas. De hecho, la democracia se construye sobre la base de un populismo, anestesiado en ocasiones, que permite el desarrollo de diversas políticas. Ahora bien, se ha diseñado estratégicamente una imagen del populismo fundada, en primer lugar, en una identidad ficticia: el pueblo. A dicha identidad creada, fantasmática e inaprensible, se le incorpora, posteriormente, una gruesa capa semántica diseñada en dos líneas de fuga. Por un lado, una grasienta mano de ignorancia. Es decir: “el pueblo es esa masa amorfa que no sabe lo que quiere”, “que necesita ser etiquetada”, “que carece de lenguaje estructurado para la política”, etc. Por otro lado, lo que es más peligroso, la inminencia de su condición inherente: el desastre. El pueblo no sólo es ignorante sino que está abocado al desastre, esto es: a la violencia -entendida fundamentalmente como desorden constitucional-.
Alberto Santamaría,
La democracia será populista o no será, el confidencial 15/06/2014
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