Reconozcámoslo: somos subjetivos. Podemos llenarnos de mil y una justificaciones, pero en realidad la mayor parte de las veces nos movemos por criterios inconscientes. Tales sesgos nos hacen tomar decisiones sin fundamento —como considerar que los hombres están más cualificados que las mujeres para los puestos directivos o rechazar a alguien por su condición sexual—, lo que resulta bastante peligroso para el individuo en particular, y para la sociedad en general.
Los prejuicios nos llevan a excluir a otras personas por el simple hecho de ser distintos, de no encajar en nuestros esquemas.
Los prejuicios tienen un origen biológico: necesitamos velocidad para reaccionar ante el peligro. Nuestros ancestros tenían que hacerlo rápidamente y
sin tiempo de reflexión. Su pensamiento podría resumirse así: predador=peligro=corre. Aunque ahora no convivamos con animales salvajes, el mecanismo de asociación rápida sigue activándose ante ese miedo a lo desconocido que hace que marginemos al otro por su aspecto distinto. Además, los sesgos son mayores cuanto más grande sea nuestro desconocimiento y, antes de apresurarnos a generalizar, debemos ser conscientes de que tan solo llegamos a conocer una parte mínima de la realidad. Si nuestra mente fuera un ordenador, podríamos decir que el inconsciente es capaz de procesar la información que capta a través de los sentidos a una velocidad de 11 millones de bits por segundo. Sin embargo, su capacidad consciente solo procesa 40 bits al mismo tiempo, lo que significa que pierde el 99,9% de la información que recibe.
... los prejuicios nos pueden jugar malas pasadas porque nos impiden apreciar el valor de la diferencia. Pero en la medida en que sepamos reconocerlos y desarrollemos actitudes más empáticas podremos amortiguar sus efectos. Es posible y vale la pena por justicia, por respeto y por crecimiento personal.
Pilar Jericó,
¿Valora a los que son diferentes a usted? Póngase a prueba, El País semanal 26/02/2018
[https:]]