Después de las sesiones, Arendt escribió uno de los libros más importantes para el pensamiento contemporáneo: Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal. En ese libro relata:
Hannah Arendt cubrió para The New Yorker el juicio del nazi Adolf Eichmann. Su crónica y su reflexión cristalizaron en “Eichmann en Jerusalén” (Lumen).
“(…) el juez Raveh, impulsado por la curiosidad o bien por la indignación ante el hecho de que Eichmann se atreviera a invocar a Kant para justificar sus crímenes, decidió interrogar al acusado sobre este punto. Ante la general sorpresa, Eichmann dio una definición aproximadamente correcta del imperativo categórico: “Con mis palabras acerca de Kant quise decir que el principio de mi voluntad debe ser tal que pueda devenir el principio de las leyes generales” (…) Lo que Eichmann no explicó a sus jueces fue que, en aquel “periodo de crímenes legalizados por el Estado”, como él mismo lo denominaba, no se había limitado a prescindir de la fórmula kantiana por haber dejado de ser aplicable, sino que la había modificado de manera que dijera: compórtate como si el principio de tus actos fuese el mismo que el de los actos del legislador o el de la ley común. O, según la fórmula del “imperativo categórico del Tercer Reich”, debida a Hans Franck, que quizá Eichmann conociera: “Compórtate de tal manera que si el Führer te viera aprobara tus actos» (Die Technik des Staates, 1942, pp. 15 -16). Kant, desde luego, jamás intentó decir nada parecido”.Filosofia & Co, Kant, Arendt, Onfray y los peligros de la obediencia ciega, blogs herder editorial 23/02/2018 [https:]]