Schwartz y
Sharpe proponen incorporar el concepto aristotélico de
phronesis o "sabiduría práctica" a la caja de herramientas de la psicología positiva. Pero ciertamente, no se trataría de una virtud entre otras, sino que tendría el papel fundamental de orquestar a las demás, articularlas para determinar qué es lo mejor que se puede hacer en una situación y establecer a partir de qué principios actuar en cada situación. Se trata, por decirlo de alguna forma, de la "virtud maestra", sin la cual las demás resultarían poco eficaces en la práctica y el camino hacia la felicidad sería errático. Aunque la
phronesis se ha equiparado en muchas ocasiones a la "prudencia", desde la óptica de
Schwartz y
Sharpe parece que tiene que ver más con el "discernimiento", es decir, con el análisis y la reflexión sobre cómo moverse ante situaciones concretas, con el fin de distinguir qué actuaciones llevan a un mayor crecimiento personal y qué comportamientos podrían obstaculizar la felicidad propia y ajena.
Ahora bien, ¿cómo se adquiere esta "sabiduría práctica"? Siguiendo a
Aristóteles,
Schwartz y
Sharpe sostienen que se trata de una virtud que puede aprenderse pero que no puede ser "enseñada", al menos en un sentido académico o escolar. Tal y como afirman:
"La sabiduría es producto de la experiencia. Uno llega a ser sabio enfrentándose a situaciones difíciles y ambiguas, usando su capacidad de juicio para decidir qué hacer, haciéndolo y reflexionando sobre ello. Uno llega a ser sabio practicando".
Sin embargo, aunque la "sabiduría práctica" no pueda ser enseñada, sí que puede ser facilitada o, por el contrario, obstaculizada. De manera concreta,
Schwartz y
Sharpe sostienen que hay dos barreras importantes en la actualidad para esta forma de sabiduría, se trata de la presión por obtener resultados y de la burocratización (tal vez podría decirse, la "automatización") de muchas áreas de la vida profesional y personal.
La sabiduría práctica requiere tiempo para pensar y para conocer las circunstancias particulares en las que se desenvuelve la vida de alguien (o la nuestra propia); implica además cierta capacidad de análisis, para lo cual es fundamental pararse a escuchar, informarse, conocer en profundidad las situaciones, y también, hacer todo ello desde una perspectiva flexible y abierta. No menos importante, la sabiduría práctica implica una fuerte motivación por tratar de hacer lo correcto en cada situación. Pero estas circunstancias favorecedoras no siempre se dan, como señalan los autores con algunos ejemplos. Sería el caso de un médico sobrepasado por la cantidad de pacientes que debe atender a la hora o el de un maestro que ha de seguir un programa escolar excesivamente rígido y estandarizado. En ambos casos, es difícil que uno y otro puedan dedicarse a valorar lo específico de las circunstancias de sus pacientes y alumnos, respectivamente. Por ello, hay una conclusión que parece clara: si queremos disponer de personas más sabias, también necesitamos instituciones y organizaciones que lo sean.
Antonio Crego,
Aristóteles y la psicología positiva, Las mariposas del alma. Blog de Investigación y Ciencia 04/03/2018
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