La verdadera personalidad de un individuo la conforman el conjunto de rasgos del propio carácter, su manera de pensar y actuar, que se va desarrollando y modulando a lo largo de la infancia y la adolescencia. Todo esto nos define, nos hace únicos. En nuestra interacción social, nuestros rasgos se van consolidando de una forma más o menos consciente: intentamos fomentar lo que más nos gusta de nosotros mismos (lo que nos favorece en la convivencia y el crecimiento personal) y minimizamos el impacto que tiene sobre nuestras vidas las peculiaridades que nos alejan de la felicidad. Esto se llama madurar. Las posibilidades de superación personal son enormes. No es raro oír decir: “Pareces otra u otro”, por la expresión o imagen que transmitimos. Forma parte del ser humano comportarnos de manera diferente, incluso en ocasiones hacerlo de forma antagónica, según la situación. Hay partes de nosotros mismos que evitamos mostrar, pero eso no quiere decir que no estén en nuestro carácter y es nuestra responsabilidad controlar los instintos más perversos.
Lola Morón,
¿Por qué todos somos uno?, El País semanal 11/03/2018
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