En nuestras sociedades, la vida se vuelve cada vez más precaria: la indefensión y la desprotección son tendencias generales, transversales.El capitalismo hoy no mira simplemente por su reproducción regulada, sino que busca incesantemente la conquista de nuevos territorios objetivos y subjetivos: nuevas tierras y nuevas capas del ser que explotar. Es un
capitalismo de rapiña.Esta conquista permanente requiere, no sólo de la abolición de las viejas regulaciones y protecciones (fruto muchas veces de las luchas de la gente de abajo), sino de una
insensibilización radical.En la guerra de todos contra todos, la competencia general y el sálvese quien pueda, el otro debe percibirse ante todo como obstáculo o amenaza:
como enemigo.El principio de crueldad es la disminución de la empatía: el otro es desechable y prescindible, ningún hilo me une a él, nuestros destinos no tienen nada en común.Hay toda una “programación neurobélica de la baja empatía” en nuestras sociedades. Y la violencia aquí es clave como herramienta: lanza el mensaje aleccionador de que el otro (mujer, viejo, migrante, pobre, negro, disidente) sobra, es eliminable.Lo que sostiene pues las políticas de precarización de la vida es una cierta configuración (o desconfiguración) de la percepción y la sensibilidad. Estas son asuntos políticos
de primer orden, pero los análisis de coyuntura no reparan apenas en ellas, enfocados más bien en reseñar las maniobras partidistas y las intrigas palaciegas, las relaciones de fuerza entre organizaciones y facciones, el estado de los sondeos y la “opinión pública”. Es necesario y urgente dotarse de una
sensibilidad poética sismográfica para adentrarse y describir este plano de realidad.
Amador Fernández-Savater,
La destrucción de la empatía (y las lágrimas felices), Interferencias. el diario.es 23/03/2018
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