Cuando nos presentan a alguien atractivo, damos por sentado que también será buena persona. O cuando es puntual, entendemos que es organizada y responsable. Cogemos una característica única, la generalizamos y la asociamos a otras cualidades que nuestro cerebro nos dice que esa persona debe tener. No tenemos ningún indicio, ninguna información adicional que confirme estas conclusiones, pero confiamos en ellas. Esto es lo que los psicólogos llaman efecto halo. (...)
Lo que resulta curioso es que este sesgo está relacionado, además, con otro fenómeno de la psicología llamado profecía autocumplida, que lo aumenta aún más. Cuando crees que alguien es agradable (porque, por ejemplo, es guapo) le sonríes y escuchas, te comportas de tal forma que lo más probable es que acabe siendo realmente amable. Así, tu cerebro llega a la conclusión de que su intuición inicial era acertada y utilizará esa información más adelante.
M. Victoria S. Nadal, ¿Por qué creemos que la gente guapa también es simpática?, Retina. El País Mayo 2018