Los habitantes del siglo XXI, acosados permanentemente por el tumulto de información, datos e ideas que cargamos en el bolsillo, deberíamos preguntarnos, ¿qué pensamientos son verdaderamente míos? Dentro de la Red no pensamos: pescamos.
De nuestra credulidad se aprovechan los gobernantes y los políticos, los empresarios que quieren vendernos algo y en general cualquier persona sin escrúpulos que sepa presentar una mentira como verdad, cosa que nunca en la historia del planeta había sido tan fácil.
Para combatir esa credulidad no hay como el escepticismo.
Pirrón fue primero pintor, artista plástico como Duchamp, y luego se enroló como expedicionario en el ejército de Alejandro Magno. En esos viajes entró en contacto con los magos caldeos y los gimnosofistas de la India. De ellos aprendió ese estado de sólida imperturbabilidad que lo caracterizaba, ese desapego y esa indiferencia que lo convirtió en el maestro de un selecto grupo de discípulos a los que enseñaba, por ejemplo, a no ser esclavo de las opiniones, comenzando por las de uno mismo.
“El fundamento del escepticismo es la esperanza de conservar la serenidad de espíritu”, una serenidad a la que el crédulo, que no piensa por sí mismo, difícilmente puede aspirar. Desde el pasado remoto
Pirrón lanza un mensaje contundente: lo crédulo se quita no creyendo, pues “solo persuade aquello que cada uno encuentra por sí mismo”. Sobre todo dentro de la Red.
Jordi Soler,
'Fake news' y credulidad, El País 29/0472018
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