La mecánica cuántica es el nombre con el que los físicos denominamos a las leyes formales con las que describimos el comportamiento de los objetos a escalas inferiores a las de un átomo. Estas leyes, construidas por célebres figuras de la ciencia del Siglo XX como Bohr, Schrödinger, Heisenberg o Feynman, están apoyadas sobre dos postulados fundamentales que se suelen recoger en lo que se conoce como Interpretación de Copenhague: las leyes de la física sólo se pueden conocer de manera probabilística y todo proceso físico conserva estas probabilidades. Sin embargo, y pese a que es su nombre original, conceder el estatus de interpretación a estas leyes no hace justicia no sólo a su importancia si no tampoco a su carácter universal y ha permitido que, durante el siglo pasado, hayan surgido acérrimos defensores de nuestra supuesta ignorancia alrededor de lo que la mecánica cuántica significa. Defensores que, bajo la excusa de no comprender la nueva teoría, propusieron interpretaciones alternativas, como la Interpretación de los muchos mundos de Everett o la interpretación de Bohm. Sin embargo, y pese a que es un debate vivo en ciertos círculos epistemológicos y filosóficos, es un error presentar el problema de la interpretación de la mecánica cuántica como un problema físico. La física, como ciencia, se encarga de describir el mundo que nos rodea, no de interpretarlo. Es tan erróneo preguntarse qué significa el colapso de la función de onda como preguntarse si existe un dios. Si las examinamos detenidamente, las interpretaciones alternativas de la mecánica cuántica no son más que mecanismos de defensa psicológica creados ante la incógnita de aquello que no comprendemos.
Mario Herrero-Valea,
Hay vida después de Bohr, Cuaderno de Cultura Científica 30/05/2014
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