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Tiempo y espacio, cada uno por sí, son representables intuitivamente incluso sin la materia, pero la materia no lo es sin ellos. Ya la forma, que es inseparable de ella, presupone el espacio, y su actuar, en el que consiste toda su existencia, se refiere siempre a un cambio, o sea, a una determinación del tiempo. Pero el tiempo y el espacio no están supuestos por la materia cada uno por sí solo, sino que la unión de ambos forma la esencia de esta, precisamente porque, como se mostró, consiste en actuar, en la causalidad. En efecto, todos los innumerables fenómenos y estados pensables podrían coexistir en el espacio infinito sin oprimirse o sucederse en el tiempo infinito sin molestarse; entonces no sería en absoluto precisa, ni siquiera aplicable, una relación necesaria entre ellos ni una regla que los determinara conforme a ella; por consiguiente, en toda coexistencia en el espacio y cambio en el tiempo, en la medida en que cada una de ambas formas tuviera su existencia y curso por sí misma y sin conexión con la otra, no habría causalidad alguna; y, puesto que esta constituye la verdadera esencia de la materia, tampoco existiría la materia.
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Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representaciónI. § 4