El sofista tiene una más acertada idea de la constitución de nuestra racionalidad. Si cree que el hombre es la medida de todas las cosas (
Protágoras) no está expresando una trivial recurrencia al relativismo; destaca, en cambio, y descubre también por primera vez en Occidente, un mundo: la interioridad. No es otra la importancia que les atribuyó el mismo
Husserl, quien supo destacar el camino emprendido por la sofística al escudriñar un mundo que poco había sido explorado. Todo el conjunto de apreciaciones en las cuales se dejaba a un lado la exterioridad para indagar sobre ese espacio desconocido que la Modernidad habría de identificar como el campo subjetivo, sustenta las vías de acceso que conducen a los itinerarios que la filosofía abordaría una vez tomara conciencia de la intimidad.
Estimar que el sendero de engaño y persuasión expresado por la sofística no sea más que el atributo específico de una perversidad, deriva fundamentalmente del hecho de no poder comprender el asunto desde sus propias raíces. Lo que se destaca como engaño es precisamente el rótulo negativo que da Platón, no sólo a ellos sino al arte en general, al mundo de la doxa. Inmersos precisamente en este contexto, los sofistas le devuelven al mundo su problematicidad, su variabilidad, su necesaria constitución ficcional y expresión creativa. Cuando
Nietzsche les atribuye el calificativo de realistas y les asigna por ende su verdadera importancia, les confiere la significación de la cual son poseedores: a ellos la filosofía les debe la plenitud de un discurso plural y crítico, definido por la inmersión contextual de los asuntos que se abordan, ajeno a la idealidad metafísica de las verdades últimas, precisado por la líquida constitución de nuestra racionalidad.
Así entendida, la razón se convierte en conducto por medio del cual se asume la amplitud que demanda concebir las distintas visiones de mundo. Conforme a ello, la racionalidad descubre la posibilidad de encontrar un proceso en el que se destaquen los matices y se afiancen las diferencias. De esta manera, los sofistas fueron quienes explicitaron una realidad que demanda la recepción de la complejidad a la cual la democracia ateniense y, en general, cualquier hombre pensante, tiene que enfrentar. Una Verdad, así como una Razón, destinadas al descubrimiento de un pensamiento único no pueden sino ser rechazadas en una polis democrática.
Una razón pura, ordenada, inmaculada, ideal, converge en totalitarismo o en dogmatismo, sea cual sea su pertenencia. Por eso, no seremos nunca demasiado indulgentes con la sofística, esa veta de pluralismo, de engaño necesario, de ficción renovada, de racionalidad hermenéutica
avant la lettre. La razón sofística es múltiple porque ella no da cuenta de una verdad, al menos, no de una que esté completamente fundada. Gracias a los sofistas, esos filósofos del quizá, podemos extraernos del purismo racionalista y pensar, sospechar, inquirir, donarles a las cosas y a nosotros mismos un periplo en cuyas posibilidades bogamos al margen del fundamentalismo.
Alfredo Abad,
Todos somos sofistas, El vuelo de la lechuza 17/05/2018
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