Antes de esa transición (digamos, antes del 22 de noviembre de 1963), Estados Unidos era una república esencialmente aristocrática, clasista, gobernada por hombres blancos protestantes de buena familia, moral intachable, educación de
Ivy League y dinero antiguo. Es la América de los Kennedy, los Roosevelt, los Rockefeller, los Astor y los Vanderbilt; abogados reputables, industrialistas y filántropos, herederos acomodados de dinastías políticas, familias con tradición en Harvard, Yale, Princeton, galas benéficas, fundaciones, y demás manifestaciones externas de aristocracia económica.El 23 de noviembre de 1963, sin embargo, una nueva América empieza a abrirse paso. El aristocrático Kennedy es substituido por el político de carrera Johnson, un tipo salido del Texas rural, excesivo, ambicioso y brillante, un hombre hecho a si mismo. Estados Unidos poco a poco pasa de ser un país gobernado por una aristocracia cerrada, a menudo racista, rabiosamente privilegiada, a una meritocracia salida del
ethos de las revoluciones culturales de los sesenta y los
baby boomers, más igualitaria, comprometida, ansiosa de superar el régimen excluyente de tiempos pasados.Esto, en teoría, debería haber producido un gobierno considerablemente mejor. Estados Unidos ahora puede reclutar talento de cualquier lugar y clase social. Los nuevos líderes quieren cambios, aspiran a un mundo mejor.Lo que sucedió, sin embargo, fue Vietnam, Nixon, los nuevos conservadores, un aumento disparatado de las desigualdades , un desmantelamiento de los servicios públicos, pérdida de prestigio de las instituciones, un sistema político inoperante, una sociedad dividida, desmoralizada y aparentemente cada vez más traumatizada donde la esperanza de vida lleva varios años cayendo de forma consecutiva, en medio de una epidemia de drogas, suicidios y depresión como no se había visto nunca en el país.La vieja aristocracia yankee (porque no nos engañemos, eran todos del noreste) convirtió un país roto tras una guerra civil en un coloso industrial primero, y un hegemón mundial tras la segunda guerra mundial. Las élites meritocráticas salidas de los años sesenta han traido al presidente Donald J. Trump. Algo hemos hecho mal.¿Qué ha sucedido? ¿Por qué la nueva élite americana basada en la meritocracia y el igualitarismo ha fracasado? La respuesta, para Brooks, es el fracaso de la meritocracia como ideología; la confianza ciega en la inteligencia, una fe en la realización personal, el culto al éxito y un fracaso en entender el valor de las instituciones.
Roger Senserrich,
El fracaso de las élites, politikon.es 14/06/2018
[https:]]