El estado del malestar es siempre el estado de guerra (o al menos de pre-guerra o de post-guerra) y, por tanto, el resquebrajamiento del pacto social. Cuando la desgracia abate a los ciudadanos despojándoles de su bienestar material, su malestar se llama “pobreza”, y sólo si, a pesar de todo, viven en un estado de bienestar jurídico, su pobreza será digna, pues en caso de no ser así a las carencias materiales se añadirá la miseria moral. Cuando, en cambio, lo que se deteriora es el bienestar jurídico, incluso la prosperidad material es indigna, aunque no tengamos una palabra para designar con exactitud esa “pobreza política” que es la carencia de derechos o el malestar jurídico. Y, por tanto, también en la expresión “estado del malestar” se mezclan esos dos aspectos.
El bienestar material sin bienestar jurídico puede ser simplemente una coincidencia, el resultado de un “ciclo económico” favorable; pero la protección jurídica sin base material (sin economía industrial y sin empleos “sólidos”) pone al Estado en situación de dependencia de la “economía líquida” de los flujos financieros de los que se alimenta, y genera en los ciudadanos tan poca responsabilidad como la precariedad, puesto que sólo sienten su bienestar como procedente del Estado benefactor y de su liquidez financiera. Así, cuando esa liquidez decrece, los ciudadanos se “indignan”, pero no se sienten corresponsables de su malestar.
Habría que hablar, por tanto, de dos concepciones antagónicas del “malestar”: para los contractualistas, el pacto social como tratado de paz es la fuente del bienestar (que, por tanto, es esencialmente bienestar jurídico), y en consecuencia la fuente del malestar es todo aquello que contribuye a minar, erosionar o anular ese contrato y a reponer el estado de guerra implícita; para los conflictivistas, en cambio, la fuente del malestar es el contrato social mismo, la “ilusión” de que se puede superar el estado de naturaleza y de enfrentamiento entre los hombres, y por tanto su malestar es fundamentalmente un malestar con y en el Estado, sobre todo con y en el “estado del bienestar” (pues para ellos el único bienestar relevante es el material), y es como si naciera de un resentimiento con respecto a la democracia, muy especialmente a la “democracia social de derecho”, que es para ellos el mito falaz que, mientras dispone de creyentes ingenuos que acompañan sus ritos parlamentarios, suspende el enfrentamiento y, por tanto, falsifica y neutraliza la auténtica política, que es siempre confrontación y lucha.
La primera clase de malestar —el que sienten los contractualistas cuando el pacto se erosiona— presupone una distinción cualitativa o de naturaleza (como la que existe, por ejemplo, entre los civiles y los militares) entre guerra y paz, y también entre democracia y dictadura, pues el malestar comienza en todo caso cuando estas distinciones tienden a eclipsarse; la segunda clase de malestar es exactamente la contraria: en lo que los contractualistas llaman “malestar” es donde encuentran su bienestar intelectual y político quienes defienden la concepción “foucaultiana” del poder como un continuum indiferenciado en el que no cabe hacer esas distinciones cualitativas, pues sólo hay diferencias de grado (como la que existe entre medir un metro setenta y cinco y medir un metro setenta y seis), y gracias a esa indistinción son posibles esas hazañas portentosas del Ministerio del Tiempo que consisten en seguir luchando contra la dictadura cuando ya se ha hecho la “transición” a la democracia, o en reclamar el nombre de “democracia” para lo que tiene todas las trazas de ser una dictadura
pour ne pas décourager Billancourt, porque después de todo la diferencia entre ambos regímenes sólo es para ellos una diferencia de grado.
Pero el estado del malestar no es sin más el estado de guerra. No se trata en él de una guerra declarada en fecha fija, entre enemigos explícitos y comparables, sujeta a reglas compartidas y en la que quepa establecer un término final susceptible de ser aceptado como victoria (de unos) y derrota (de los otros). El estado del malestar consiste más bien en la inseguridad acerca de si estamos en estado de guerra o en estado de paz y, por consiguiente, en la imposibilidad de instaurar un estado (jurídico) de paz debido a la persistencia de las amenazas de sublevación, disturbios, atentados o insurrecciones, incluso aunque a veces estas amenazas no sean muy creíbles.
José Luis Pardo,
Estudios del Malestar, facebook 28/06/2018