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El fútbol tiene que ver con el equipo. Es esencialmente colaborativo. Se basa en el movimiento entre unos elementos que juegan en conjunto, que juegan con y para cada uno de ellos, y que conforman la red móvil y espacial del equipo. Ahora bien, un equipo puede estar compuesto por jugadores de auténtico talento, como es el caso del Barcelona, o por individuos menos dotados que funcionan juntos como un grupo cohesionado, como una unidad efectiva en su autoorganización donde cada miembro conoce a la perfección el papel que debe desempeñar en la constitución general del colectivo. Pienso en equipos como el del Leicester City de la Premier League inglesa durante la temporada 2015-16 (que realmente le devolvió el fútbol a los hinchas), el de Costa Rica durante el Mundial de 2014 o el de Islandia durante el Europeo de 2016. En los equipos de esas características, el todo es claramente superior a la suma de las partes. (...)
Estos patrones de sociabilidad encuentran tanto una resonancia como una fuente de energía en la vida colectiva de los hinchas (y son los hinchas quienes en realidad me inte- resan, pero ya volveremos sobre este tema). La sociabilidad se extiende hasta el nombre mismo del deporte sobre el que estamos hablando: Fútbol Asociado, que en Estados Unidos abreviaron en la forma de soccer, aunque en el Reino Unido el fútbol se denominara comúnmente soccer hasta la década de los 1970, cuando el término pasó a ser malinterpretado como un americanismo. El fútbol es el movimiento del socius, la libre asociación de los seres humanos, tal y como dijo Marx en El capital (aunque, lamentablemente, no se refiriera con ello al fútbol).3 La razón por la que el fútbol resulta tan importante para tantos de nosotros apunta precisamente a la experiencia asociativa que constituye su núcleo, y al vívido sentido de comunidad que proporciona. Forzando un poco la cosa y reco- nociendo que me la juego con esta comparación, podríamos decir que la forma política más apropiada para el fútbol es la del socialismo. La libertad no es algo que se experimente alejado de los demás, sino que es resultado únicamente de la asociación, donde el acto colectivo integra a la vez que realza la acción individual. Por citar de nuevo a Bill Shankly –aunque también expresaron sentimientos similares Sócrates, leyen- da del fútbol brasileño; Paul Breitner, integrante marxista de la selección de la República Federal de Alemania que ganó la Copa del Mundo de 1974; o Javier Zanetti, excapitán del com- binado argentino–: «El socialismo en el que creo no tiene que ver con la política. Es una forma de vida. Es una forma de ser humano. Considero que la única manera de vivir y de alcanzar un éxito verdadero es a través del esfuerzo colectivo, donde todos trabajan para el resto, donde todos se ayudan entre sí y donde, al final del día, todos disfrutan de su parte de la recom- pensa». Brian Clough, una presencia habitual entre los piquetes de la huelga minera que tuvo lugar en Inglaterra durante los años ochenta, dijo lo siguiente: «Para mí, el socialismo surge del corazón. No veo por qué ciertos sectores de la comunidad deberían tener la franquicia del champán y las mansiones». Y, como señaló Barney Ronay: «La mayor parte de los clubs de la Premiership tienen sus raíces en la iglesia o en el pub de la localidad... Son una refutación viviente a la noción thatcherista de que no existe algo así como una sociedad».
Simon Critchley, En qué pensamos cuando pensamos en fútbol, Sexto Piso Madrid 2018