Vivimos en entornos materiales configurados por las tecnologías, pero debemos diferenciar las escalas espaciales de estos entornos. Los entornos técnicos se superponen a, amalgaman con, y transforman los entornos físicos y ecológicos. Las redes de artefactos entre las que habitamos definen un paisaje de posibilidades, de affordances (no tiene una buena traducción al castellano, ni siquiera al inglés, es un neologismo), que limitan y permiten la acción.
Estos entornos tienen una escala diferente de eficacia: los más cercanos son los entornos del adentro y la periferia del cuerpo. La metáfora del ciborg se aplica con fluidez a esta escala. El cerebro y la psicofisiología se transforman por los entornos técnicos próximos. Así, las mil pantallas y los gadgets de comunicación producen cambios sustanciales en nuestra relación dinámica con el mundo y con los otros, e incluso en nuestras formas de pensar y expresar los pensamientos. El control de la atención se ha convertido ya en la principal fuente mundial de beneficios económicos. Los es incluso, o sobre todo, más allá de las capas de la población excluidas del espacio digital: la universalización del móvil o celular tiene ya suficiente fuerza transformadora. Un grupo de Whatsapp o una foto de Instagram puede generar más tensión en la adolescencia que una nota final de una asignatura. Si ampliamos un poco el espacio nos hallamos en la habitación propia conectada que ha teorizado
Remedios Zafra: las viejas televisiones, las consolas de juegos, los youtubes de música, la infinita soledad de la cosmópolis en las que habitamos, con los remedos de amor que buscamos en las redes sociales, cada vez más tensas y agresivas, cada vez más ásperas. El entorno de la movilidad en la ciudad sin límites: trabajar o no trabajar a distancia, el ciclo diario del transporte, la bulimia del viaje de turismo a ciudades, paisajes y cocinas que ya son la misma ciudad, el mismo paisaje y la misma cocina no importa cuál sea el destino de la compañía de bajo coste. Nos llegan mercancías en sobres estandarizados del otro lado del mundo a precios menores que en la tienda de la esquina, a donde ya nos da pereza acercarnos.
Desde el punto de vista de la influencia causal, debemos distinguir grandes variedades de tecnologías. Las centrales son las tecnologías intersticiales. Son aquellas que transforman a todas las demás, que sobreviven reingenierizando el mundo, empresas e instituciones. Con diferencia, las tecnologías de la mega-información, una de las ramas de las tecnologías de la información, está llamada a ser una poderosa fuerza intersticial. Los peta y zetabytes de información que se producen diariamente son tratados por algoritmos que filtran e interpretan en una primera frontera los datos, por analytics que generan clasificaciones muy finas y por inteligencias artificiales, bots y otros dispositivos que convierten la información en acciones. La inteligencia artificial, o las inteligencias artificiales es también una tecnología intersticial. Produce dispositivos que actúan en los más diversos espacios: los inmateriales de la red; los mecánicos de la robótica; las redes eléctricas, de transporte, de comunicación, de vigilancia, de inversión económica; las plantas de producción, convertidas ya en cuasi-organismos integrados.
Si en otro tiempo la filosofía se ocupó de los límites de la razón, teórica y práctica, o del lenguaje, tal vez haya llegado el momento de que pensemos en los límites de la tecnología. Hay una creencia extendida de que esos límites son fáciles de encontrar: la moral y sus principios de precaución o prudencia establecen los límites de la acción tecnológica. Lo que ocurre es que precaución y prudencia son ya términos prácticos e ingenieriles, no morales ni políticos. No se dicen de tecnologías en general sino de ingenierías macro o micro. Y cuando adoptamos esta perspectiva nos damos cuenta de que los límites no se exploran desde fuera sino desde dentro, como
Wittgenstein nos enseñó del lenguaje refutando las ilusiones transcendentales de la tradición kantiana. Lo mismo puede decirse de la intuición rápida de que la ecología y la sostenibilidad definen el límite de la tecnología: el tamaño de la población mundial, la tecnología disponible y la ecología definen mutuamente el tamaño de la población mundial, la tecnología disponible y la ecología de la sostenibilidad. No hay un afuera desde el que fijar los límites.
Se dibuja un negro panorama que se identifica con el "fin del trabajo". Ciertamente, muchas de las tareas que se pueden automatizar, sufrirán procesos de "ingenierización" para ser realizadas por dispositivos inteligentes. Mucho del trabajo en el que se ocupaba la clase media seguramente será sometido a estos procesos de ingenierización para automatizarlos, particularmente los trabajos de gestión. La política económica, industrial y tecnológica, sin embargo debería orientarse hacia planificar la emigración del trabajo automatizable al no automatizable. La política neoliberal solamente considera no automatizable el trabajo mal pagado de servicios (camareros, kellys, cuidadoras, etc.) y la alta dirección. Aquí es donde aparece la ideología terrorista que usa ciertas ideas de la tecnología como instrumento de la lucha de clases. No es cierto. La trama de los entornos técnicos crea nuevas tareas no automatizables a la vez que reingenieriza otras. Encontrar los transfondos humanos que no queremos dejar en mano de las máquinas es una de las tareas que nos espera en los próximos años y que no puede ser abordada si no es con una mezcla de conocimiento experto y experiencia histórica. Muchas de las tentaciones políticas neofascistas o similares, que parecen hablar en lugar de la clase obrera son simples reflejos de este decaimiento de los trabajos que ocupaban antes ciertas clases medias. Es el momento de la lucidez y no el de las viejas ideologías del industrialismo.
Fernando Broncano,
Los límites de la tecnología, El laberinto de la identidad 16/09/2018
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