En realidad, «la lucha contra la mentira es un combate lleno de ambigüedad», como sostuvo
Rafael del Águila. Ocultar deliberadamente o falsear hechos no es algo distintivo de nuestra época; su uso es tan antiguo como los
arcana imperii, concebidos desde
Maquiavelo como medios legítimos de ocultación de la «verdad» con un fin político. Si existe un dominio en el que la defensa de una única verdad es más delicada, ese es, precisamente, la política, pues ninguna solución o respuesta en este campo puede abrirse paso en el mundo sin dilemas, sin contradicciones, sin tener que atender no sólo a la pluralidad de puntos de vista, sino también de intereses. Este pensamiento dilemático al que obliga el juicio político va desapareciendo progresivamente en la era de Internet, porque el «Yo puedo», dice
Zygmunt Bauman, se ha transformado en un «Yo debo»: si no estás presente en las redes sociales, no existes. Aquí no caben dilemas: «Vivimos en una realidad de posibilidades, no de dilemas». Y el ejemplo más paradigmático de ello, afirma el sociólogo, quizás sea el de WikiLeaks. Si la tecnología te ofrece la posibilidad de filtrar o de espiar, entonces hay que hacerlo, aunque no esté claro el fin ético que se persigue. Simplemente se efectúa porque tecnológicamente es factible. Este vacío moral es el que va colmando el uso de las redes; desde los ataques despiadados perpetrados en las plataformas sociales y sus famosas
shitstorms a ese arrebatador deseo por mostrar nuestra vida privada (1).
Máriam M. Bascuñán,
Democracia Digital: el nuevo poder inaprensivo, Revista de Libros 05/09/2018
[https:]] (1) Zygmunt Bauman,
Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida, trad. de Antonio Francisco Rodríguez Esteban, Barcelona, Paidós, 2015p. 15