Cuando de manera muy significativa Steve Bannon llama “Wall Street Party” al partido demócrata estadounidense (lo cual es cierto, pero igual que el republicano), no solo está responsabilizando a una parte de un problema común, sino que está subrayando la validez de una de las propuestas fundamentales de la derecha trumpista. Su formación se representa como aquella que defiende lo productivo, las empresas locales, las manufacturas, el regreso de las fábricas que se llevaron los chinos, a la gente que trabaja en algo perceptible y comprobable, y arroja a sus contrincantes al lugar de defensores de la economía de casino, de la especulación, de lo improductivo, de la gente que no se sabe bien qué hace pero que no cesa de enriquecerse a costa del estadounidense medio. Una vez que fijan ese marco, los demócratas quedan con muchas menos opciones, porque se convierten en los defensores de las élites que les explotan.
Por decirlo con otras palabras, los progresistas, en tanto defensores del liberal-globalismo, representan para esa gente justo aquello que hace que el sistema funcione mal, y los convierte en sinónimo del engaño, la presión a favor de los ricos, el desprecio por su país, el interés egoísta y el narcisismo. Es una táctica habitual de esta derecha revolucionaria, que ha utilizado de un modo u otro desde los años sesenta del siglo pasado y a la que Trump y la extrema derecha europea están dando un nuevo giro. La cuestión es que les está funcionando, y tampoco es extraño.
Esteban Hernández,
El miedo o la ira: cómo los liberales dan alas a la extrema derecha, El Confidencial 05/10/2018
[https:]]