(Es necesario) embridar a la razón y de exigirle que no ignore los derechos y los anhelos de la sensibilidad, del deseo. Esto es algo que en el terreno de la política se ve cada vez con mayor claridad, la importancia de no desatender estas lógicas de deseo, afectivas, que inevitablemente se integran en la formación de cualquier cuerpo social y político, que no puede construirse solo con razones o con reglas, sino que necesariamente pasa por la construcción de comunidades con algún tipo de vínculo afectivo entre sus miembros. Esto permite que sintamos una cercanía con individuos a los que no conocemos, con los que no tenemos que compartir la misma religión, ni las mismas creencias o tradiciones, pero con los que nos identificamos a base de imágenes o de símbolos, de modo que un ciudadano de Extremadura puede sentirse más próximo a un ciudadano de Valencia que a un ciudadano de Portugal. Por ejemplo, un Estado prestacional en último término consiste en un compromiso de cuidarnos entre todos, garantizarnos el cuidado sanitario, las pensiones… En definitiva, es una comunidad de cuidados, que debe anclarse en vínculos afectivos y no sólo en reglas.
Y siempre que se construye un orden civil hay que articular estos dos elementos, razón y sensibilidad. Eso es lo que ocurre cuando hablamos de un Estado democrático y de derecho: “derecho” remite a cuestiones procedimentales, racionales, y “democrático”, a una voluntad de vida en común, a una comunidad tejida con vínculos afectivos. El problema es que cada uno de estos dos elementos puede estar bien pensado por separado, pero queda pendiente la tarea de cómo se articulan.
Luis Fernández Mosquera, entrevista a
Luis Alegre: "
Debemos exigir a la razón que atienda los derechos del deseo", filosofía&co. 01/03/2018
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