Cuando se piensa con el objetivo de alcanzar sea la fórmula que sintetiza toda una teoría, sea la metáfora que hace significativo una parcela del mundo, no se está usando el lenguaje, sino que se está contribuyendo a que el lenguaje eclosione, a que despliegue su potencia. Y la disposición de espíritu en pos de una u otra práctica, en pos de la ciencia o en pos de la poesía, sólo se alcanza (y casi en momentos que son un paréntesis) abandonando la usual relación con las palabras, es decir, la común instrumentalización de las mismas en la vida cotidiana y que tiene diferentes modalidades:
En el mejor de los casos sirviéndose de las palabras para comunicar algo que se cree ser exterior a las mismas (pero que, de hecho, sin el lenguaje que les otorga significación serían simplemente insignificantes). En ocasiones parapetándose tras las palabras, erigiendo delante de aquello a lo que deberíamos confrontarnos un fantasioso constructo hecho precisamente de palabras hueras, desvirtuadas de su función, que dan cobijo a los falsos problemas. Probablemente todo ser humano esta inevitablemente abocado a recurrir a una u otra modalidad de esta inversión de jerarquía entre las palabras y aquello que las palabras envuelven. Cabe incluso sospechar que la vida cotidiana se sustenta en esta inversión (aunque haya desde luego grados), por lo cual tampoco el científico o el poeta escapan a la misma. Sin embargo (aquí sí que es operativa la distinción de aspectos): no lo hacen en cuanto científico o en cuanto poeta, pues pensar cabalmente equivale precisamente a restaurar la jerarquía legítima, a poner la palabra en su sitio y la conveniencia de cada uno en el suyo.
Pero hay un tercer y abyecto caso de instrumentalización del lenguaje consistente en servirse de las palabras como puñal en marrulleros ajustes de cuentas, uso del lenguaje del que son emblema los trapaceros discursos a los que en el momento en el que escribo procede una gran cantidad de personajes públicos de nuestro país, con el exclusivo propósito de infligir una puñalada al adversario que encuentran en situación de debilidad, atemorizado o incluso ya inevitablemente reducido.
Víctor Gómez Pin,
La actitud ante las palabras, El Boomeran(g) 24/10/2018
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