¿Quiénes son los débiles, entonces?, ¿quiénes son los esclavos cuya moral hay que combatir? Los que no luchan. Los que se dejan vencer por las convenciones y las obligaciones del imperativo categórico. Los seguidores ciegos del «Tú debes», los que aceptan el dogma, sea ese dogma el de Kant, el de la Iglesia, el del Estado, el de cualquiera de los «mejoradores de la humanidad» y en esa lista Nietzsche incluía comunistas, socialistas, religiosos… y nacionalistas alemanes. Tanto le aburrían a Nietzsche los nacionalistas alemanes que decidió vivir entre Italia y Suiza y escribir ese homenaje al hombre libre titulado «Nosotros, los apátridas».
Lo que indignaba a
Nietzsche del éxito de esta «moral de esclavos» era que castraba a los «señores», pero, ¿en qué sentido? Para él, un «señor» es aquel que ama a la vida, que conserva el instinto de vida por encima de todo. La aceptación no resignada sino festiva de cada cosa que a uno le pasa; el eterno retorno del placer y el dolor. Un «esclavo» es un decadente que intenta que nadie se sienta molesto, que tiene miedo, que necesita que todos vayamos juntos a cualquier lado y escribe largos reglamentos impidiendo que cada uno vaya por su cuenta. Un «esclavo», salvando las distancias, es ese profesor que no deja en paz a los niños en la canción de Pink Floyd. Los niños, de nuevo, esa obsesión nietzscheana. Déjennos jugar, por favor, nada malo puede pasarnos. La propia vida nos protege.
Nietzsche no creía en los pueblos sino en los individuos, de una manera radical. No creía en los Estados precisamente porque imponían la moral del populacho, la moral de esclavos. No creía en los líderes sino en los compañeros de viaje. Usted puede sacar una frase suelta de un libro suelto y decir «¡Eso no está tan claro!» y yo tendré que darle la razón. Nada en
Nietzsche está claro porque él lo quiso así, pero al menos pongámonos de acuerdo en estos mínimos:
Nietzsche no podía ser un nacionalsocialista, no podría haber simpatizado en ningún momento con el nacionalsocialismo porque odiaba el nacionalismo y odiaba cualquier tipo de socialismo. Él lo que quería, básicamente, era que le dejaran tranquilo.
Para
Nietzsche, la religión era algo más que el opio del pueblo. Era una eliminación de la voluntad. Había que matar a Dios para asumir la vida, para asumirnos a nosotros mismos. Nada le pone más nervioso al filósofo que aquellos que matan a Dios y luego andan lamentándose por las esquinas. El nihilismo es responsabilidad, la mayor responsabilidad posible, y por eso mismo el superhombre no puede tener Dios igual que no puede tener Führer. A veces,
Nietzsche se pone muy violento a este respecto y otras, más comprensivo. Por ejemplo, me recuerda José Antonio Montano, el propio filósofo defiende el papel de la religión si eso sirve para que los débiles sobrevivan. Es una mínima expresión de la vida pero es vida al fin y al cabo. Si no puedes caminar por tu cuenta y necesitas un bastón, bien, puedes utilizarlo… pero que tengas claro que es un bastón y nada más. Humano, demasiado humano.
Guillermo Ortiz,
El superhombre de Nietzsche no portaba esvásticas, jot down 12/11/2018
[https:]]