Quizá la esencia del fascismo consista en algo bastante simple: una reacción agresiva de la mayoría contra las minorías. Las mayorías, por supuesto, son algo contingente. No existen de por sí. Hay que crearlas o al menos conformarlas, y para eso es necesario encontrar sentimientos que muchos puedan compartir (el fascismo no se basa en ideas, sino en sentimientos) y azuzarlos al máximo. El miedo, la raza, la patria, la bandera, la religión, la frustración, el pasado (en este caso casi como antónimo de la historia): elementos que no resisten un análisis somero y que a la vez pueden suscitar violentas emociones colectivas.
El fascismo de hoy no se proclama fascista sino democrático, en parte porque la palabra “fascismo” sigue provocando un amplio rechazo y en parte porque apela a una de las definiciones de la democracia, la más parcial, tan parcial que roza la falsedad: el gobierno de la mayoría. El abuso del término “democracia” (que, como suele recordarse, jamás aparece en una Constitución tan eficiente como la que elaboraron los Padres Fundadores de Estados Unidos) ha difuminado el concepto liberal acuñado durante los dos últimos siglos: un sistema que permite el gobierno de la mayoría y a la vez garantiza los derechos de las minorías.
La izquierda, sea lo que sea eso, debería preguntarse por qué lleva décadas articulando su proyecto en torno a las minorías. Precisemos: en torno a un proceso de creación, exaltación y radicalización de minorías que, llevado al absurdo (y en el absurdo estamos), genera un mosaico de piezas imposibles de ensamblar. ¿Cómo va a ser posible componer ese rompecabezas, si cada pieza compite con la otra por un mismo espacio y tiene objetivos incompatibles con los de la pieza de al lado?
El fascismo que viene cuenta con la capacidad de destruir la democracia en nombre de la democracia. Como en otras ocasiones, solo puede ser derrotado por una mayoría que defienda los delicados y esquivos principios de la convivencia. En otras ocasiones fue imposible componer esa mayoría. Parece que hoy tampoco.
Enric Gonzalez,
El fascismo que viene, El País 02/12/2018
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