Para
Peter Sloterdijk, que ha hablado sobre los chalecos amarillos en una
entrevista reciente, el populismo no es otra cosa que la manifestación contemporánea del viejo «malestar en la civilización» diagnosticado por
Sigmund Freud.
Sloterdijk llama la atención sobre el músculo asistencial del Estado francés, que da forma a una sociedad mucho más igualitaria que la media; a cambio, se ve aquejada de un centralismo que provoca desconfianza en una periferia definida como todo aquello que no es París. A su juicio, estamos ante un fenómeno rabelaisiano, carnavalesco: una negación del poder establecido que adquiere virtudes catárticas. Esta carnavalización tendría mucho que ver con el efecto de las redes sociales, que en Francia se combinarían con eso que Roger Peyrefitte llamó ya a mediados de los años setenta «inmovilismo convulsionario». Porque la revuelta estaría protagonizada por los más desfavorecidos más favorecidos, que envían a Macron un mensaje contradictorio: te elegimos para reformarnos, pero cuídate de hacer reformas. Para
Sloterdijk, la economía política cuenta mucho menos que la psicopolítica: la percepción que los agentes tienen sobre sí mismos. Unos agentes, señala, que en la tradición francesa suelen «erotizarse» llamándose a sí mismos
le peuple. Se trata del influjo del mito revolucionario: si no hay una Bastilla, habrá que inventársela.
Manuel Arias Maldonado,
Hipótesis populistas, Revista de Letras 19/12/2018
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