... sucedió que esa crisis de representación que pretendía acabar con quienes median entre la sociedad y sus instituciones fue aprovechada por los eternos hombres fuertes, que la llevaron como siempre a su terreno. Ya no pedíamos mediación sino protección; protección de alguien con quien nos identificábamos y nos hablaba llanamente, de alguien que reafirmaba aquello que sentíamos en peligro: patria, género, trabajo. Y acabamos confiando más en lo que nos decía el líder de la tribu que en las verdades pausadas de un periódico.El paso siguiente parece ser el presentismo, cuando el puro estar se impone como la forma más radical de democracia. Es lo que sucede con los
chalecos amarillos, dice
Pierre Rosanvallon: interpretan cualquier forma de representación como una traición. Nadie puede hablar por ellos, no digamos negociar o mediar por ellos. Pero esto que algunos ven como el cenit de la democracia implica un paso más hacia la ruptura de nuestro mundo común: se deshacen los esquemas compartidos de las ideologías, los partidos o los medios de comunicación. Solo quedan las vivas emociones de aquellos que, sintiéndose invisibles, han salido de las sombras exigiendo que nadie los represente. ¿Será esta la nueva cacofonía de los tiempos?
Máriam Martínez-Bascuñán,
Los invisibles, El País 16/12/2018
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