El deber de desterrar la posibilidad del tedio, del aburrimiento o de la infelicidad funciona a modo de profecía auto-cumplida. Creyendo huir pavorosamente de ello lo vamos fortaleciendo, confirmando que nos es insoportable (si no, ¿por qué huir?). Habrá quien prefiera a
Aristóteles, a
Séneca, a
Spinoza o a
Stuart Mill, con
Epicuro como trasfondo, pero en todos estos casos la felicidad, como la vida, es una tarea, siempre en tránsito. Ni llega sola ni aparece por arte de magia, y en todo caso se refiere a momentos concretos y a una cierta conformidad anímica y aceptación de que pocas cosas se controlan. Tiene más de autopercepción que de dádiva, quedando siempre abierta la cuestión de si en el fondo no es otra cosa que ausencia de problemas, porque hasta de las más grandes experiencias uno puede acabar hastiado.
Miquel Seguró,
La manía de la felicidad, el periodico.com 23/12/2018
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