La industria digital y del espectáculo promociona líderes destacados por el enfrentamiento. En torno a ellos, se crean compartimentos estancos, sin canales de comunicación entre sí. La contienda se traslada a sectores sociales que acaban siendo incapaces de dialogar. Hostiles a la discrepancia, encerradas en burbujas, las audiencias digitales forman facciones enfrentadas. Los debates se enquistan y el consenso inclusivo (de la mayor parte de gente) resulta imposible. Y, sin embargo, es la meta de todo diálogo que presuma de democrático. En su lugar, se imponen “acuerdos” basados en mayorías fabricadas, que enfrentan y excluyen a los disidentes.
La industria digital achica, dificulta y acaba cargándose la conversación social. Esta, según dicen los sociólogos, funciona como un cemento para la sociedad. Es el diálogo colectivo que asienta la identidad, los valores y las lealtades comunes. Cuando fragua desde abajo y refleja la mayoría social, da sentido a la democracia. No se rige por las reglas del mercado, menos aún si es el publicitario.
Las mal llamadas comunidades digitales alcanzan consensos a medida que se asientan. Fijan una cultura, ideas y puntos de vista de lo que es aceptado y rechazado. Arrinconan a los disidentes hasta que les invitan a crear su propia burbuja. Se quedan los que están de acuerdo. Se retroalimentan, repitiendo y reforzándose en sus posiciones. Los que marchan experimentan el mismo proceso, pero con las ideas contrarias. Los algoritmos alimentarán ambas “comunidades”, con contenidos adaptados al perfil dominante y sugiriendo contactos parecidos.
Las aplicaciones de chat o mensajería de grupos privados tipo WhatsApp proliferan para evitar acosos e intromisiones. Crecen en popularidad por esos motivos. Pero su carácter privado los hace aún más cerrados. Nos socializamos y habitamos en cotos de caza publicitaria y de una sola especie. Nos recluimos en burbujas que aíslan del entorno y funcionan de “cámaras de eco” hacia dentro.
Las comunidades suelen derivar en sectas digitales, cada vez más intransigentes. Exhiben intolerancia porque se creen en posesión de la única verdad y carecen de referencia que la desmienta. Sin vías de encuentro y diálogo entre todos y todas, el tejido social se desgarra. Las redes ofrecen terreno abonado para proclamas y celebraciones tiránicas: unilaterales.
... las redes no tienen interés alguno en poner en comunicación a los que piensan diferente. Al contrario, fomentan minorías que se creen mayorías e imponen una tiranía susceptible de convertirse en dictadura. Hablan y actúan de forma unilateral, desde un solo lado. Parten de “su” realidad, la que ellos dictan.
Víctor Sampedro,
El timo de las celebrities y el fin del diálogo social, público.es 14/12/2018
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