¿Qué hacer, pues, con la idea de soberanía en el siglo XXI? Tal vez concebirla como una noción negativa (no-limitación, no-subyugación, no-restricción) que, más que un ideal posible, refleja lo que nunca se alcanzará plenamente. Nadie, en sentido estricto, será soberano porque nadie es omnipotente.
Esto no quiere decir que problemáticas como las de Catalunya no tengan sus razones y no se tenga que querer y poder ejercer la capacidad de decisión sociopolítica que se nos presupone como ciudadanos. Pero la realidad relativa, plural e intersubjetiva de la política y las relaciones sociales hacen que todo lo relacionado con ellas tenga que dirimirse en el terreno dialógico y contractualista, es decir, en el ámbito de la democracia y el Estado de derecho. Siempre puede discutirse cuál es el demos activo y pasivo de esta gestión y porqué hay que delimitarlo de una manera y no de otra. Pero, cualquiera que sea el consenso que se acuerde, no debería apelar a la soberanía. La esfera pública ha de remitir a categorías no teológicas, sino antropológicas.
Miquel Seguró,
Paradojas de un concepto, El món de demà 8/10/2018
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