La pujanza del populismo de extrema derecha no se explica sin la estimulación irresponsable pero consciente de la psicosis social. Se trata de tergiversar y distorsionar algunos problemas reales y sensibles —la violencia, la inmigración, la globalización— para rebuscar en los instintos y en las soluciones milagrosas.
No hay proporción entre el problema real y la percepción del problema, ni con la inmigración, ni con la violencia, ni con la economía ni con la unidad de España, pero se han arraigado un desasosiego y una congoja al que sirven de trampolín las soluciones providenciales.
El fenómeno de Trump o de Bolsonaro se antoja similar al de Le Pen o de Salvini en la detección de los humores sociales y en la prescripción de los placebos. Participan de un estado de emergencia que propicia el remedio mesiánico a la superstición arcaica. El enemigo exterior tanto adquiere cuerpo en la reacción al extranjero como en la aprensión del asesino embozado al acecho. El miedo funciona como reacción primera y primaria del instinto de supervivencia, razones por las cuales una sociedad intimidada puede condescender con la restricción de las libertades y del garantismo. Las cámaras vulneran la intimidad, pero contribuyen a la serenidad del paseo. Proporcionan al Estado la injerencia panóptica de la que alertaba premonitoriamente
Michel Foucault.
Es la derivada peligrosa, temeraria, que incorporan los líderes autoritarios en sus discursos de ley, orden e identidad. Desdibujar una democracia para hacerla más segura. Convertirse ellos en el antídoto al pánico que propagan: el monstruo de Europa, los musulmanes incorregibles, la globalización.
Las estadísticas acreditan que España opone a la psicosis
un bajísimo índice de criminalidad. Tenemos un código penal durísimo. Y lejos de aumentar, han descendido los casos de crímenes contra mujeres en los últimos años. Existe la violencia machista. Está descrita, diagnosticada. Y opera en una gradación polifacética, de la violencia invisible a la más explícita, pero el crimen de Laura ha precipitado una sensación unánime e hiperbólica de acuerdo con la cual las mujeres no pueden a salir a correr en nuestras calles.
Instinto e ilustración pelean con fuerzas desiguales cuando una sociedad se siente en peligro. No importa que haya razones, sino sensaciones, percepciones propicias a la deformación de la realidad.
La alternativa no consiste en resignarse ni en condescender a la carroña, pero sí en admitir las zonas de sombra del ser humano y las imperfecciones de la democracia. La manera más vil de cuestionarla consiste en subordinar el garantismo conceptual y los deberes constitucionales —también los de la reinserción y de la reeducación— al pánico social y a la expectativa justiciera.
Rubén Amón,
El populismo y la psicosis social, El País 05/01/2019
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