En la economía del comportamiento se han realizado innumerables experimentos con el llamado juego del ultimátum. Supongamos dos jugadores, A y B. A recibe 10 euros y ha de hacer una oferta para repartirse esa cantidad entre B y él. Por ejemplo, A puede ofrecerle 3 euros a B y quedarse con los restantes 7. El jugador B no puede realizar contraoferta alguna, tan sólo puede aceptar o rechazar la propuesta. Si B acepta la oferta, los euros se reparten según la oferta hecha por A. Si B rechaza la propuesta, ambos se quedan sin nada.
La teoría económica, basándose en supuestos muy sencillos sobre comportamiento autointeresado, establece que el jugador B debería aceptar cualquier oferta de A que le dé una cantidad positiva, por pequeña que esta sea. Por ejemplo, si A ofrece darle un euro a B, quedándose A con los nueve restantes, B no debería rechazar la oferta, pues está mejor con el euro ganado que con los cero euros que recibiría en caso de rechazar la oferta.
En la práctica, cuando se realizan experimentos en laboratorio basados en el juego del ultimátum y sus múltiples variaciones posibles, se observa que el jugador B acepta las ofertas igualitarias o ligeramente desigualitarias, pero se planta ante ofertas que ofenden su sentido de la justicia. Por ejemplo, una oferta de 8 euros para A y 2 para B, suele ser rechazada por B, aunque eso suponga que B deja de ganar dos euros. Este comportamiento, en principio, viola los supuestos del comportamiento autointeresado.
Fuera del laboratorio, en la política, es posible encontrar casos reales en los que las partes reproducen un esquema de interacción como el del juego del ultimátum. Las condiciones no son exactamente las del laboratorio y los actores suelen ser partidos políticos y no personas individuales: pese a estas diferencias, vale la pena examinar estos casos a la luz del juego del ultimátum.
Ignacio Sánchez-Cuenca,
El juego del últimátum, infolibre.es 18/02/2019
[https:]]