Rosa Luxemburgo no llegó a cumplir los 50 años. Nacida en la Polonia rusa en el año 1871 en el seno de una familia judía, pronto se dio cuenta de que la lucha por su ideario marxista sería muy reducida si se quedaba en su país y que para tener influencia debía traspasar la frontera de Alemania, donde existía el Partido Socialdemócrata (SPD) más fuerte del mundo. Para ser ciudadana alemana legal, firmó un matrimonio de conveniencia con un socialista alemán, lo que le dio derecho a la nacionalidad de ese país. A partir de ese momento, Alemania fue su principal campo de acción. En el seno de la socialdemocracia y de la Segunda Internacional, aunó teoría (multitud de artículos y libros muy importantes) y praxis (intervención en congresos, debates con muchos de los popes del marxismo —su amigo Franz Mehring la definió como “la mejor cabeza después de Marx”—, clases en la escuela de formación del partido…). En cambio, no tenía dotes organizativas. Su presencia física era una mezcla de fuerza y de ternura, de decisión y de prudencia, dicen sus biógrafos. Un dirigente judío la describe del siguiente modo: “Rosa era pequeña, con una cabeza grande y rasgos típicamente judíos, con una gran nariz, un andar difícil, a veces irregular debido a una ligera cojera. La primera impresión era poco favorable, pero bastaba pasar un momento con ella para comprobar qué vida y qué energía había en esa mujer, qué gran inteligencia poseía, cuál era su nivel intelectual”.De su vasta producción teórica destacan los temas que forman parte de su legado y que constituyen lo que, una vez muerta Rosa, se denominó “luxemburguismo”, una escuela marxista de características propias: su pacifismo, su lucha contra el revisionismo y la defensa de la democracia en el seno de la revolución. Sus posiciones, a veces intransigentes, le hicieron polemizar con
las figuras más relevantes del socialismo marxista, como Lenin, Trotski, Bernstein, Kautsky…
Joaquín Estefanía,
Rosa Luxemburgo: mujer, marxista, pacifista, El País 13/01/2019
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