Las amputaciones de brazos o piernas, tan habituales en las guerras, han hecho un gran servicio a la neurología al revelar algunas de las propiedades más asombrosas del cerebro. Un clásico del género son los miembros fantasma, un fenómeno por el que el paciente percibe el miembro amputado como si todavía fuera parte de su cuerpo. No solo lo puede sentir, sino que le puede doler. Es una triste ironía que, encima de perder un brazo, te siga doliendo cuando ya no está ahí.
En la geometría del cerebro, nuestro cuerpo es ese horrible homúnculo que siempre sale en los tratados de neuroanatomía, todo lengua y dedos y genitales, porque de ahí viene el grueso de nuestra experiencia táctil (somatosensorial, en la jerga). Y donde cada centímetro del cuerpo se representa adyacente al centímetro que tiene al lado. Es un auténtico mapa. Deformado, pero un mapa, como el plano del metro, que no refleja la geografía real de la ciudad, sino sus nodos y nexos principales, pero conserva la relación topológica entre los barrios y las estaciones.
Pero no hay un trozo de cerebro que nazca comprometido a cuidar del dedo medio de la mano izquierda. Los violinistas deforman aún más el homúnculo por el uso delicado y exhaustivo de ese dedo. Como si fuera consciente de la demanda creciente que se le viene encima, el trozo de córtex cerebral que nació dedicado a los dedos se expande a costa de lo que tiene al lado. Y al revés, en un paciente amputado, el córtex que controlaba la mano perdida —y que es el responsable de la sensación del miembro fantasma— acaba concentrando sus esfuerzos en el muñón y lo que queda del brazo por encima del corte. Los neurólogos lo llaman plasticidad cerebral, y es un concepto que los ingenieros pueden aprovechar para bien de los pacientes.
Los científicos suizos e italianos han comprendido que restaurar en el muñón las conexiones que devolvían al cerebro la percepción de los dedos (la propiocepción) es imposible con la tecnología actual. Así que las ha mandado más arriba, a la zona del hombro. La plasticidad del cerebro ha entendido el truco, y los pacientes ya sienten como propios esos dedos de plástico.
Javier Sampedro,
Cómo sentir tu propio cuerpo, El País 21/02/2019
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