Pero el Dios que vigila nuestra moral, ese Dios-loro que llevamos en el hombro, hunde sus raíces en lo más profundo de la fisiología de nuestro cerebro. Los científicos cognitivos han hallado evidencias convincentes de que el Dios-loro es nuestra forma automática e innata de pensar. Si un reloj revela la existencia de un relojero, un ser vivo revela la de un creador, o un Creador, siguiendo la parábola decimonónica del reverendo Paley. El joven Darwin, que se licenció en teología en Cambridge, se sabía casi de memoria el libro de Paley,
Teología Natural, y se lo llevó en su travesía del
H. M. S. Beagle. La obra de referencia de
Darwin,
El origen de las especies, se puede considerar una refutación punto por punto del libro de Paley y la metáfora del relojero.Los seres vivos somos en verdad obras de ingeniería, pero el Ingeniero no es más que la evolución, un mecanismo natural poderoso y dedicado a la adaptación al ambiente local. La ciencia no puede demostrar que no hay Dios. Pero sí que no hay un Dios loro. Eso es una construcción cultural, y no está resultando de mucha ayuda en nuestro tiempo.
Javier Sampedro,
El Dios-loro, El País 23/03/2019
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