La característica esencial de la descripción realista del mundo es la objetividad: asume que las cosas existen realmente, independientemente de nosotros, y que las afirmaciones hechas al respecto pueden ser ciertas o falsas. Es una visión común, incluso una visión que se ajusta al sentido común, que la mayoría de personas aceptarían. No obstante, las dificultades empiezan a surgir cuando propiedades como el color y el sonido se introducen en la imagen. Podemos dar por hecho que un tomate, si no se ve, es realmente rojo, o que un árbol que cae, sin que nadie lo oiga, realmente hace ruido, pero la peculiaridad de la idea de que tales propiedades existan independientemente de los seres humanos es obvia.
La cuestión se vuelve todavía más peculiar cuando se trata de valores estéticos o éticos. Podemos decir que la belleza está en los ojos de quien mira, pero normalmente suponemos que hay algo más que eso; desde luego, hablamos como si fuera una propiedad real de las personas y los objetos que describimos como bellos. Exactamente el mismo tipo de preocupaciones rodean a los valores morales. Normalmente suponemos que estos son reales y que existe mayor crueldad en equivocarnos deliberadamente que si pensamos hacerlo. No obstante, la confusión aparece cuando intentamos considerar a que puede equivales este "más".
En su forma más estricta, el realista moral defiende que los valores éticos son hechos morales objetivos: entidades que en cierto sentido son parte del "mobiliario" del universo o propiedades imbricadas en su "tejido". Como tales, tienen un estatus que es esencialmente el mismo que el de los objetos físicos de la ciencia. La característica distintiva de estas entidades es que incluyen algún tipo de fuerza práctica y prescriptiva: guían las acciones en el sentido de que comprender lo erróneo de la crueldad es reconocer una coacción para no actuar cruelmente. Se trata de la pura extrañeza, o "rareza", de tales entidades, dotadas con unas propiedades extrañas que dan pie a los escépticos morales, como el filósofo australiano
J. L. Mackie, a argumentar que la idea de la moralidad objetiva es simplemente una ilusión.
Al primero y más inflexible de todos los realistas morales,
Platón, no le perturbaban los pensamientos de extrañeza. Construyó (o descubrió, como diría un seguidor de Platón) todo un conjunto de mobiliario metafísico: el mundo de las Ideas, un reino de entidades perfectas, invariables y universales que existen fuera del tiempo y el espacio. A través de la imitación de la Idea de Justicia las cosas pueden ser más justas; y a través de la Idea del Bien, las cosas son buenas.
Platón reconoció que estos paradigmas morales podían servir como guías de acción y defendió que era imposible conocer el Bien sin hacer el bien.
Ben Dupré,
50 cosas que hay que saber sobre Ética, Ariel. Editorial Planeta, Barcelona 2014