Cada vez somos más los que advertimos de los riesgos distópicos hacia los que avanza la revolución digital. Son unos riesgos asociados, por un lado, a la élite tecnocrática que domina la revolución digital, y que tiene una visión claramente
nietzscheana y posmoderna: una reformulación de la idea del hombre
a través del transhumanismo. Pero están también asociados a una visión de la técnica despojada de cualquier tipo de reflexión o contenido humanístico: se centra en forzar los límites. Una de las claves del desarrollo tecnológico está en que no existen límites, y eso es reventar los fundamentos de nuestra civilización.
El modelo capitalista evoluciona hacia un capitalismo cognitivo basado precisamente en un desapoderamiento del poder político, de una neutralización de la democracia y de un proceso de concentración de riqueza y poder monopolístico inédito desde los
trusts de los Estados Unidos de finales del siglo XIX. El poder político estadounidense los vio como un peligro y decidió combatir con las leyes
antitrust y anticártel. Estamos desarrollando un modelo de capitalismo que fomenta la desigualdad.
Desde el
Protágoras de
Platón se reflexiona sobre la potencialidad de la técnica para transformar subjetivamente al ser humano. Es preciso pactar con la técnica, desarrollar un principio de responsabilidad: en la medida en que se incremente el desarrollo técnico tiene que incrementarse el nivel de responsabilidad de los seres humanos. Para eso hace falta atribuirla al hombre la capacidad de decisión.
Los modelos algorítmicos tienen que ser regulados por ley, no pensando en su eficiencia sino en su utilidad humanista. Más que desarrollar una realidad aumentada hay que desarrollar una humanidad aumentada.
Desde el
homo habilis estamos cambiando nuestra forma de relacionarnos con la realidad. Ahora estamos sustituyendo la realidad por un diálogo con interfaces y eso nos está anulando. Hemos construido nuestras categorías políticas, morales, estéticas alrededor de cuerpos que eran capaces de sentir desde la percepción sensible. El dolor nos ayudaba a entender la tortura. Ahora, la muerte civil que se practica en los linchamientos digitales, que protagonizan multitudes anónimas en las redes, son posibles porque no hay una experiencia directa del dolor. Hay nuevas experiencias de la crueldad. Las redes están fomentando multitudes digitales que tienen una empatía cero. Esta deshumanización es algo de lo que no solemos hablar.
Sergio C. Fanjul, entrevista con José María Lassalle: "La revolución digital está triturando los ideales de la revolución francesa".