Sharp teoriza sobre el tipo de política que permite maximizar las ganancias de estas “acciones provocadoras” cuando dan lugar a una respuesta estatal violenta. La denomina jiu-jitsu político. El jiu-jitsu es un arte marcial que enseña a usar la fuerza del rival en beneficio propio. Y esta política se describe como un procedimiento que busca cambiar las relaciones de poder entre quienes siguen una estrategia no violenta y el régimen con el que combaten usando contra el Estado la violencia que éste puede llegar a ejercer contra quienes lo desafían. La clave de esta técnica es el cultivo de las reacciones que pueden provocar las acciones estatales. La legitimidad del Estado, que, de acuerdo con
Max Weber, tiene el monopolio del uso legítimo de la violencia, decrece a medida que crece la opinión de que hace un uso ilegítimo de ésta. Y el éxito del jiu-jitsu político depende tanto del carácter subjetivo de la legitimidad como de la difusión de esta creencia, que permite seguir el juego desde una posición más favorable que la del adversario. Esta posición es el lugar de la superioridad moral, que ofrece a quien lo ocupa grandes ventajas tácticas. La conquista de este lugar de privilegio por medio de la explotación propagandística de las respuestas estatales a las “acciones provocadoras” es capital para las estrategias no violentas. Y el hecho de que estas estrategias no violentas no se adopten por principios morales sino por razones pragmáticas no es contradictorio con el hecho de que la victoria de estas estrategias dependa de la habilidad en la instrumentalización política de los sentimientos morales de los ciudadanos.
Josep Maria Ruiz Simon,
Sobre la no violencia (II), La Vanguardia 28/05/2019
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